Una de las mentiras más comunes afecta a la juventud. A ojos de cualquier viejo, si tienes entre quince y treinta años, lo más probable es que seas un botellonero, borrachuzo, vicioso, inútil, mal estudiante (o quizás incluso fracasado escolar), pervertido sexual y drogadicto. No incluyo comunista y masón porque eso ya son categorías Premium de la ignominia de la juventud.
Me sorprendí mucho cuando un profesor del instituto, el insigne y astuto Raimundo Pereiro, nos dio una dura lección sobre nosotros mismos haciéndonos escribir a nuestros ingenuos catorce años una redacción sobre la juventud. Todos, absolutamente todos, describimos a los jóvenes como lo hubiese hecho un diputado del PP venido de la España profunda. En ese momento sentí vergüenza, porque al igual que probablemente habrían hecho todos mis compañeros, escribí esa redacción (que por suerte no tuve que leer) con la intención de contar aquello que el profesor quería oír.
Años más tarde me tocó a mí entrar en esa categoría de edades, y raramente digo que no a las fiestas, a la cerveza o a muchos otros vicios (eso sí, drogas duras nunca). Y la verdad es que me importa una mierda lo que diga el pepero o el niñato de instituto poser y mentiroso de turno: Soy un vicioso, pero soy mucho más culto que la mayoría. Podría contar los libros que he leído por centenares (hice la cuenta: Algo más de doscientos solo contando novelas y biografías, sin comics ni rol), las películas que he visto, series, actores, directores y estilos que podría reconocer… Y muchos de los detractores de mi edad apenas podrían pronunciar sus nombres.
El problema llega con las verdades manipuladas: Los universitarios somos grandes consumidores de cultura. Se nos motiva a ello desde el momento en el que se nos hace entrega del carné universitario: Descuentos en cines, entrada gratis en museos y exposiciones, conferencias… Un mundo entero por recorrer y admirar. Y lo hacemos, la mayoría. El resto… A saber. Cada uno que mire por lo suyo, evidentemente.
La otra cara de la moneda son las fiestas: “Fiesta” y “universitaria” son dos palabras muy fáciles de unir y de encontrar juntas. Las facultades están plagadas de carteles así anunciándolo, y muchas de ellas en el propio campus. San Pepe, de informática, tenía fama de ser una de las mayores, y cualquier idiota del rectorado o de la prensa a quien preguntes te dirá que la de este año fue demasiado desmadre y será la última. Salió en toda la prensa el registro de la noticia: Miles de personas poblando el campus, bebiendo por las calles y haciendo el bestia, un atropello, gente que conducía borracha, destrozos, meadas… Que viernes más bestia, ¿no?
Pero precisamente ese fue el problema: Fue un viernes. La organización, empecinada en no perder ni un solo día de clase, concedió la posibilidad de hacerla un viernes o un lunes. La segunda opción era impensable, ya que no iba a ser fiesta ni ser nada. La primera fue el resultado, y también el problema: Si la fiesta hubiese sido un jueves, los asistentes habríamos sido principalmente universitarios (¡y yo habría podido ir, joder!). Sin embargo, al ser un viernes, dio carta blanca para poder asistir a mucha más gente: Jóvenes que trabajan y tienen coche propio, niñatos de instituto liantes a los que el campus les importa una mierda… Y el resultado fue evidente.
Y ahí estaba sin duda la prensa, lista para abalanzarse como buitres sobre carroña.
Los titulares fueron directos, hablando sobre atropellos, juergas y una juventud más entregada al botellón y a la diversión destructiva que a la cultura. ¡Mira tú a que íbamos a la universidad! Claro que mientras la fiesta duraba, se pensaba en otra cosa: Los juerguistas querían salir en fotos, pero los foteros de la prensa no te sacaban si no enseñabas la botella, como si brindases. Me contaron incluso el caso particular del compañero de clase de un amigo, que borracho como una cuba, participaba en el concurso de “piedra, papel y tijera”, y quiso celebrar su pase en una eliminatoria brindando con el público mientras estos le vitoreaban. ¡Cojonudo! ¡La foto fue impagable!
Las mentiras fueron dichas, y hoy por hoy, ese será el último San Pepe de la historia… Pero eso no es todo: Decididos a no repetir la escena, nos quedaba aún una segunda parte por vivir: El Campus Rock. Tradicionalmente la organización era más o menos igual y era en el mismo sitio: El campus, delante de informática, y con varios grupos apuntados, de gente de la universidad, que daban conciertos gratuitos y estos eran financiados por la venta de bebidas y bocatas.
Este año no podía ser así, de modo que se buscó una forma distinta: Gente que vaya por la música y no por la juerga, la borrachera y el botellón, decían los hideputas. Y así lo montaron: Pillaron el Coliseum y trajeron solo a un par de grupos universitarios, siendo el resto un cartel de cierto renombre a nivel europeo (y por cierto renombre quiero decir que serían grupos en trayectoria ascendente en sus respectivas ciudades de origen, pero aquí entraban en la categoría de “conocidos en su casa a la hora de comer”). Todo esto se iba a amortizar por seis euretes de entrada, ocho si lo comprabas en taquilla.
El titular que nos regaló La voz de Galicia fue claro: Más músicos que público. El artículo hablaba de que la asistencia no llegó ni para cubrir la primera fila, y de que estaba claro por que no fuimos: No había botellón, ni juerga, ni paridas, y al final fueron cuatro amigos de los grupos y a tomar por culo. Está visto que una fiesta universitaria no lo es por el aporte cultural o por el evento que se pretenda celebrar en cuestión, sino claramente por el botellón. Y yo os digo, señores de La voz de Galicia… Hijos de puta mentirosos, tergiversadores de verdades, falsos de los cojones y chacales con lengua de serpiente.
Vamos a analizar las partes: Lo primero la inteligencia de las fechas, montando esto precisamente el fin de semana en el que el día das letras galegas hace puente. En estas fechas, los estudiantes que viven fuera se han ido, reduciendo drásticamente la asistencia, cosa que no habría pasado si la fiesta fuese un jueves como siempre. Pero esto no es todo, pezqueñines: Se nos quita toda la fiesta asociada, dándonos un evento mucho menos atractivo al que hay que ir expresamente y no uno al que te puedas acoplar cuando sales de clase el jueves por la tarde. Para colmo, nos quitas toda la fiesta asociada, nos pones un recinto vigilado e incómodo y nos haces pagar. En resumen: Nos das un ambiente incómodo y enrarecido, para ver a grupos que no conocemos a los que teóricamente iríamos a apoyar de darse una forma más propicia. Resumiendo: Antes salíamos de clase y ya que estábamos ahí, podíamos ir gratis a ver conciertos mejores o peores, mientras tomábamos algo sin movernos del propio campus. Incluso podíamos organizar botellón, si, pero la cuestión es otra: No tenemos que desplazarnos, ni pagar, y así no nos cuesta nada ir y de paso apoyamos a gente que se busca la vida en el difícil mundo de la música.
Sin embargo, lo que nos das son conciertos de gente que realmente no nos interesa una mierda, pagando, y desplazándonos expresamente para verlos ese día. Eso cambia mucho las condiciones y el atractivo del evento. Luego le sumas la fecha mal escogida y la verdad es que no hace falta quitar la posibilidad del botellón y juerga etílica para prever que el evento va a ser un fracaso. Mirad que mierda de cartel:

Eso sí, el artículo dejó bien claro que el fracaso del evento fue única y exclusivamente porque no pudimos hacer botellón. ¡Que listos sois, señores de La voz de Galicia! ¡Que grandes, analizando las noticias! Hacednos un favor y, como bien dice 4chan, go an hero.

Semper fi.
Ukio